Las posibilidades disponibles para la atención al final de la vida suponen a menudo decidir entre aceptar la probabilidad de morir antes pero tener mayor bienestar o intentar vivir un poco más gracias a un tratamiento agresivo que puede incrementar el malestar y la dependencia. Por ejemplo, un enfermo terminal por una enfermedad pulmonar grave puede vivir más tiempo si se le conecta a un ventilador mecánico (una máquina que ayuda a respirar). No obstante, la mayoría de las personas encuentran muy desagradable el uso del ventilador y a menudo requieren sedación profunda.
Algunas personas moribundas y sus familias pueden optar por probar cualquier tratamiento que pueda prolongar la supervivencia, incluso si dicho tratamiento causa molestias o supone costes sustanciales. En lugar de buscar tratamientos, algunas personas deciden enfocarse por completo en proporcionar medidas de comodidad para asegurarse de que la persona moribunda no sufra y tenga todas las oportunidades de experimentar un final de vida digno. La filosofía personal, los valores y las creencias religiosas del afectado cobran mayor importancia cuando estas decisiones se toman por parte de la propia persona agonizante y para ella.
Las sondas de alimentación
Las personas en estado terminal a menudo dejan de comer y beber cuando se acercan a la muerte. Los alimentos y el agua administrados mediante sondas (nutrición e hidratación artificiales) no suelen contribuir a que la persona agonizante se sienta mejor (véase Inapetencia), ni a alargarle la vida significativamente. Las sondas de alimentación pueden causar molestias e incluso precipitar la muerte. Dependiendo del tipo de sonda de alimentación, los efectos secundarios de las sondas de alimentación incluyen neumonía por aspiración y, a veces, dolor por la propia sonda. Si no se desea este tipo de asistencia, puede prohibirse en las voluntades anticipadas o decidirlo así en el momento en que se proponga la alimentación por sonda, que de otro modo podría prescribirse (véase también Apoyo nutricional para personas moribundas).
Las personas debilitadas o gravemente consumidas pueden vivir durante varias semanas sin alimento ni hidratación mínima. Los familiares deben comprender que el cese de la administración de líquidos no causa la muerte de forma inmediata y que normalmente no se precipita la muerte cuando la persona no desea o no puede tomar líquidos de forma oral.
Reanimación
Para intentar revivir a una persona con una parada cardiorrespiratoria (reanimación cardiorrespiratoria) se utilizan medidas como la compresión torácica, la recuperación respiratoria, el uso de fármacos y la desfibrilación (electrochoque). La reanimación cardiorrespiratoria es el único tratamiento que se proporciona de oficio en un centro hospitalario a menos que se haya notificado lo contrario con antelación (la llamada disposición u orden de no reanimación). Se pueden impedir los trabajos de reanimación mediante las voluntades anticipadas, ya sean expresadas a través de un documento oficial o bien a través de un acuerdo entre la persona en cuestión (o la persona designada por este para tomar las decisiones asistenciales si la propia persona está incapacitada para tomarlas) y su médico. Una vez tomada la decisión, el médico anota la orden de no reanimación en la historia clínica del paciente.
Teniendo en cuenta que la reanimación cardiorrespiratoria, en el mejor de los casos, devuelve al afectado al estado anterior al paro cardíaco, no es una medida beneficiosa para personas que están en los últimos momentos de su agonía, ya que el paro cardíaco es simplemente el último trance. Es muy poco probable que estas personas respondan a la reanimación cardiorrespiratoria. En los escasísimos casos en que hay respuesta, sobreviven solo durante unos breves instantes y, a menudo, sin llegar a recuperar plenamente la consciencia.
La decisión de renunciar a un intento de reanimación cardiorrespiratoria tiene sentido para la mayoría de las personas que esperan morir pronto.
Localización
Normalmente, tanto la persona agonizante como sus familiares prefieren que los últimos días transcurran en casa, en un entorno familiar y afectuoso, y no en un hospital. Si la persona está en su casa, suele ser necesario advertir a sus cuidadores que no deben pedir una ambulancia cuando los síntomas indican la proximidad de la muerte (véase Cuando llega la muerte). Si la persona está en el hospital, el personal sanitario ayudará a los familiares a organizar todo lo necesario para que pueda trasladarse a su casa y proseguir con los tratamientos que garantizan su confort, como los fármacos y una cama hospitalaria o con características adecuadas. Si se prefiere la hospitalización o si es inevitable, es muy importante tener registradas las decisiones del afectado en cuanto a intervenciones o atenciones no deseadas.
Tomar decisiones conocidas
Es mucho mejor para la persona en cuestión poder expresar sus últimas voluntades mucho antes de que una crisis le obligue a tomar decisiones urgentes. Las decisiones tomadas con antelación son muy importantes porque, si se espera demasiado, la enfermedad suele impedir al afectado manifestar claramente su voluntad. A menudo los familiares se resisten a rechazar el tratamiento de prolongación de la vida sin contar con una manifestación previa de la voluntad de la persona enferma. Este proceso de toma de decisiones con anticipación se denomina voluntades anticipadas y puede dar lugar a las voluntades anticipadas exigibles legalmente.
Además, un número cada vez mayor de legislaciones estatales o locales contemplan un abanico de tratamientos de soporte vital de emergencia, además de la reanimación cardiorrespiratoria para personas con enfermedades avanzadas. En Estados Unidos, los programas de órdenes médicas portátiles se aplican a nivel estatal y se denominan comúnmente Disposiciones sobre soporte vital básico (POLST por sus siglas en inglés) (véase www.polst.org), Estas órdenes médicas se suelen recomendar porque pueden ayudar al personal de emergencias a saber qué hacer en una situación urgente.
Sin embargo, incluso sin documentos escritos, una conversación entre la persona afectada, la familia y los profesionales de la salud sobre las mejores medidas asistenciales ofrece orientación sustancial para decisiones que haya que tomar más adelante, cuando la persona en cuestión ya no pueda hacerlo, y siempre es preferible a no discutir los problemas en absoluto.